CONTRA LA IMPUNIDAD

“(…) un ejemplo claro del rechazo de las conclusiones de la Comisión de la Verdad lo constituyó la aprobación de una amplia ley de amnistía pocos días después del Informe de la Comisión. La celeridad con que esta ley se aprobó en la Asamblea Legislativa puso de manifiesto la falta de voluntad política de investigar y llegar a la verdad mediante medidas judiciales y castigar a los culpables”.
Kofi Annan, en su balance final del llamado proceso de paz salvadoreño"

lunes, 3 de septiembre de 2012

Viejuemierda.

24 de julio de 1868 en Alegría (antes Tecapa), Usulután y fallecido en el exilio el 4 de septiembre de 1932 en Tegucigalpa, Honduras
Viejuemierda.
 Hubo en El Salvador un maestro y periodista llamado don Alberto Masferrer. Había nacido en el pueblito de Alegría, Departamento de Usulután, y se dedicó a denunciar las injusticias sociales en libros como El dinero maldito o Cartas a un obrero y en editoriales de un periódico que fundó, llamado Patria. En este poema trataremos de explicar algunas razones por las que un hombre así ha sido santificado y oficializado como filósofo-sociólogo-profeta nacional por las sucesivas dictaduras que ha sufrido el país, hecho que no ha dejado de extrañar a algunas almas cándidas. Dichas almas cándidas se preguntan por qué se exalta tanto a este hombre llamado “un ala contra el huracán,” “el terrible San Juan Salvadoreño,” “el gran demoledor de mentiras,” “el formidable agitador de la patria,” precisamente en un país tan esencialmente injusto como es El Salvador. Su historia no es nada fuera de lo común en los trópicos: Cogido por las corrientes culturales de la desconcertada América Latina finisecular, don Alberto anduvo para siempre en la onda de Domingo Faustino Sarmiento en eso de confundir a cada rato los pobres con los bárbaros asimiló la aflicción mundial de la burguesía que produjo el reformismo y se enmariguanó hasta la cacha con las misteriosas filosofías orientales. Se enamoró de la palabra y sólo de la palabra y se creyó y abonó con esmero la tontería esa del “verbo fustigador,” la gran máscara de gordos sinvergüenzas como Monseñor Castro Ramírez, el machete de todos los diputados del Partido Oficial, el mejor aliviador para la gran olla de presión en la que todos vivimos estallando de sol a sol. Quiso ser como Gandhi, pero le faltó profundidad, historia, confrontación real contra el principal enemigo de su país. Soñó en llegar a ser como José Ingenieros, pero le faltó talento, información, coraje, para sostener firme en las manos los textos de los clásicos del marxismo. Devino en una especie de Gabriela Mistral que no escribió poesía. Del cristianismo aprendió la paciencia de la otra mejilla. Y contra la violencia alzó la lechuga del vegetarianismo. Predicó la castidad, el antialcoholismo y la alfabetización, el derecho del hombre al aire y al agua pura, a la alimentación suficiente, variada, nutritiva y saludable, el derecho a la habitación, amplia, seca, soleada y aireada, a la Justicia (con mayúscula), pronta, fácil, igualmente accesible a todos, a la educación primaria y complementaria eficaz, que formara hombres cordiales, trabajadores expertos y jefes de familia conscientes. Pero se cuidó mucho de explicarnos cómo es que se podrían conseguir esas maravillas, en forma equitativa para todos. Lo mas que hizo fue remitirnos a la responsabilidad del Gobierno y a la majestad de la Ley, a la voluntad de Dios y a la buena disposición de los ricos, al propio perfeccionamiento en medio de la paciencia infinita, y a los frutos de la educación general y la cultura universal. Al principio todo el mundo se moría de risa frente a la ira imponente de unos cuatro pelones, sus discípulos. Luego, los que más se morían de risa con las bayuncadas de don Alberto, seguros de que sus diatribas lo único que les hacían eran cosquillas, comenzaron a aprender que todo aquel pensamiento podría prestarles alguna utilidad. Sobre todo frente a otros pensamientos que andaban haciendo bulla entre el pueblo con palabras que proponían ir más allá de las palabras y que en resumidas cuentas aconsejaban a los machetes de los pobres no quedarse metidos en sus vainas. Pero sigamos con la doctrina de don Alberto. Que tuvo su política de cuadros, tuvo su política de cuadros: dejó dicho que el fervor para conseguir todo aquello que llamaba el “mínimum vital” debía provenir de hombres sujetos a la Nueva Fe que además aceptaran como mandamientos individuales los de ser trabajadores asiduos, los de ayudar a sus hijos y a sus padres (siempre que fueran ancianos y necesitados), contribuir al sostenimiento de orfanatorios, hospitales y asilos de indingentes de su comuna o provincias; proteger a los animales no dañinos, especialmente a los pájaros; respetar y proteger al árbol; ser limpios y bien hablados; no embriagarse ni narcotizarse; no aventurar en el juego el producto del trabajo, no disiparse ni prostituirse; no explotar ningún vicio, no vivir de la usura ni usurpar el trabajo ajeno; velar por los derechos del niño y no prestarse, ni por recompensa o amenaza, a servir como instrumento de ninguna tiranía. Si la utopía es la codificación del mayor número de aspiraciones humanas sin que se adjunte un método concreto y efectivo para su realización, don Alberto Masferrer fue un utopista típico, aunque de medio pelo, subdesarrollado, por falta de poder imaginativo. Pero ¿no es quizás pedir demasiado a don Alberto, en definitiva un maishtrito perdido en El Salvador de principios de siglo, esto de exigirle una metodología, una política, una táctica, desde su ubicuo púlpito? ¿Es que acaso no realizó con creces una labor espléndida al anunciar muchos de nuestros males? ¿Acaso entre nosotros el enunciado del mal no es ya su denuncia, el primer paso para el alzamiento en su contra? Don Alberto, si vamos a tenerlo como hombre honesto (aunque el problema en estos líos no es de honestidad), parece que creía eso cabalmente. Es más: lo creía hasta el extremo de darle a la denuncia verbal una autonomía tan grande que en él “la palabra de fuego” llegó a ser la única realidad, en el fondo, independiente de la realidad en que nacía. Pero hasta en esta creencia se contradijo, pues pronto se dio cuenta de que en El Salvador tan sólo por hablar pueden llevárselo a uno todos los diablos. Añorando la audiencia que un intelectual tiene en los medios cultos, don Beto nos enrostró los hechos de que “Tolstoi fue oído en la tierra de los Zares sin que nadie pretendiera desollarlo vivo” y que “a Eliseo Reclus, si le aprisionaron, no fue por sus ideas sino porque tomó parte en la comuna.” O sea, en esencia: “La palabra convincente no sólo es bastante sino que sustituye a la acción. Y cuando a nuestra palabra convincente se le responda con amenazas, lo que debe hacerse es elevar el tono de nuestra palabra convincente.” Eso pensaba don Alberto y así vino agarrando fama de profeta. (Que allá en el fondo de su corazón fuera buena gente o no, es harina de otro costal, harina que nunca le quitó el hambre a nadie.) Pero Además en este mundo húmedo hasta “la palabra de fuego” llega a podrirse: la de Masferrer se pudrió en vida de quien la pronunció, y se pudrió en su ley, en sus propias formas de ser y ser usada. Veamos un ejemplo. “Nótese bien – Dice don Beto como primera premisa, en Leer y escribir -, nosotros no somos todavía una patria.” “Porque este país – agrega luego, profundizando la expresión- tal como se halla ahora constituido, es un monstruo.” Leer esto produce un erizamiento intelectual. ¡Qué hombre más lúcido! -piensa uno- ¡Haber escrito esto antes del 32! Pero luego da sus razones don Alberto, en La cultura por medio del libro: “Nos consta que la tercera parte de nuestras 48 ciudades -dice- (más o menos son 48) no tienen, como instrumento de cultura (fuera de la iglesia y el ayuntamiento, telarañosos y destartalados), más que el patio de gallos y el estanco. Todavía peor: hay muchas de esas ciudades que no tienen agua ni excusados en las casas.” Y concluye gritando (el terrible San Juan”): “¿Cómo es posible que se permita edificar una casa sin excusado? ¿Cómo es posible que se confiera el honor de llamarse ciudad a un puñado de bárbaros que todavía no sienten la necesidad de tener excusados?” Esa es la palabra tramposa: la que denuncia la generalidad infinita del mal y propone soluciones de hormiga. El actual régimen social es injusto: construyamos letrinas. El latrocinio nos ahoga: dejemos prendas usadas de vestir en el traspatio para que el buen ladrón no se vea obligado a seguir adelante. La prostitución prolifera: enseñemos a leer a las muchachas. La explotación es la principal relación humana del país: oremos. No se trata tan sólo de preferir el verbo a la acción: se trata de establecer una palabra que con su brillo o con el brillo de soluciones fantásticas oculte el sonido profundo de la realidad, su verdad última. Esta es una de las trampas caza-bobos que nos dejó montadas ese viejo de mierda, la bomba de idiotez que hoy los gobiernos y los coroneles y los maishtros de escuela más pícaros y descarados y los venerables guías de la juventud de manos sudorosas y las Agencias de Publicidad y los partidos políticos que presumen de nacionalistas y democráticos y los obispos que se la llevan de liberales y los profesionales disfrazados de gente decente a puro perfume y los móviles orejas al servicio de la CIA que fundan clubes de jardinería o de Centroamericanismo y los dueños de la Gran Prensa y la Televisión y los Ministerios de Educación y sus departamentos editoriales y los cultos homosexuales de Relaciones Exteriores, lanzan al fondo del alma de nuestra juventud para ahogar su rebeldía, para liquidar su hermosa presión con el Dios-tubo-de-Escape su ira santísima con el Dios-paliativo. Y eso, sin negar que don Beto pudo haber escrito todo con la mejor intención. Porque si tuviéramos pruebas de todo ese mal que le hizo al país fue de al tiro de intento, estaríamos obligados a irlo a desenterrar y trasladar sus huesos al nicho donde se pudre el General Martínez y don Foncho Quiñones Molina y los Meléndez. Mezcla de pícaro, de santo-bobo e irritado tatarata don Beto fue sin embargo en vida acusado hasta de comunista. Y para colmo de males él mismo se lo creyó después de la matanza de 1932 y se fue a morir de flato a Guatemala creyéndose culpable de haber engañado a tanto muerto. Ni siquiera se dio cuenta de que él iba a pasar a la historia de nuestra cultura (cuando se escriba la verdadera historia de nuestra cultura) como un cómplice objetivo de los asesinos del pueblo, a quienes les había ofrecido instrumentos más finos y tranquilizantes de explotación y dominación. Don Beto Masferrer sirve hoy para todo. Consuelo de las esposas de los borrachos, trigal para que espiguen los cagatintas que escriben los discursos del Presidente, cementerio de elefantes para que los intelectuales de izquierda cansados de la vida lleguen con su cacaxte ideológico y lo pongan de almohada para morirse de una vez por todas pensando en lo bonita que habría sido la vida y todo lo demás si la lucha no hubiera sido tan dura en el país enano que le vino a uno a tocar.

campaña permanente

Desde el Municipio de Santa Ana, El Salvador, PEDIMOS...


Al Concejo Municipal de Santa Ana: reivindiquen la memoria de nuestras víctimas... reconstruyan su monumento...

Monumento a las victimas civiles del conflicto

Monumento a las victimas civiles del conflicto
Las víctimas civiles de la guerra viven en nuestra memoria con la fuerza de la verdad, muchas veces oculta por sus propios asesinos, que permanecerán escondidos a la sombra de la impunidad...Solo la verdad y la justicia podrá llevarnos hasta el perdón y a la tan ansiada reconciliación...El horror que aquí vivimos no lo debemos olvidar, para que las futuras generaciones no repitan los errores de nuestra sociedad. Santa Ana, 25 de julio de 2007 (esta es la leyenda que rezaba la placa destruída en el monumento a las víctimas civiles del conflicto)
Ubicado en Carretera de Santa Ana hacia Metapán, cercano a la frontera con Guatemala. La construcción de monumentos a las víctimas es una forma de reparación moral, un Derecho a la Memoria, un compromiso de no repetir los crueles errores...
A menos de un año de construído, fue destrozado parcialmente, incluyendo la placa de bronce colocada con la leyenda. Es por tal razón que pedimos acompañemos este repudio moral, a quienes lo hicieron....
Ahora nuestra denuncia es por que las autoridades municipales de Santa Ana no han querido reconstruir el monumento... nuestro monumento.... aún cuando hay un convenio en el cual es responsabilidad de la comuna dar el mantenimiento.